No lo veía y sin embargo lo podía sentir. Estaba presente en la espesura de la vegetación, en la estructura del edificio, en los techos amenazadores, en las paredes desconchadas, descoloridas y pintarrejeadas; en lo huecos de las paredes sin ventanas y el suelo mugriento. Estaba presente en la forma y en el fondo.
No sentía miedo, tan solo respeto y mucha curiosidad. La sombras me inquietaban, la iluminación a contraluz tamizada por la vegetación me envolvía. La temperatura era muy agradable allí dentro. Olía a hierva húmeda, a moho de manantial, a Madera y yeso, pero al final de respirar, cuando tenía el aire bien metido en los pulmones, sentí un olor putrefacto y nauseabundo que irremediablemente me hizo toser. Así que desde ese momento respiré entrecortado, para que el aire no me llegara del todo a los pulmones.
Me sumí entonces en un estado de ligero mareo provocado por mi hiperventilación, supongo. Perdí ligeramente la perspectiva, los volúmenes se acentuaron, la luz y la sombra se contrastaron y los colores se saturaron. Ya no percibí sonido alguno. Fue entonces cuando lo vi. El fantasma me rodeaba, me envolvía, penetraba en mi sereno y sublime, amistoso. Se presentó ante mí Mostrándome los decadentes recuerdos de otros tiempos, de otras gentes.
En silencio, solo y paciente, espera nuestra visita. Que lo vivamos, que no lo recordemos.